Introducción
Para saber más
En torno al año 1.000 a. C. se produce en la Península Ibérica la entrada sucesiva de pueblos de procedencia oriental: griegos y fenicio-púnicos por mar y celtas por tierra, con intereses comerciales o de asentamiento pacífico, cuyos modos de vida se mezclan con los de las poblaciones existentes. Estos pueblos protohistóricos hispanos tenían distintos grados de desarrollo cultural y vivían inconexos entre sí, y entre ellos sólo los íberos habían elaborado la escritura aunque todavía no hemos podido descifrarla.
En la Meseta Oriental y en el Sistema Ibérico vivían los pueblos celtíberos, llamados así ya por los historiadores antiguos greco-latinos, formados por una mosaico de tribus de nombres diferentes, sin organización política entre sí que indicara la existencia de un estado o una estructura jerárquica integradora, pero que tenían en común la lengua celta y un conjunto de creencias.
Hacia el siglo V a. C. se produjeron en este área determinados avances tecnológicos que supusieron un verdadero cambio, y el más significativo es el aprovechamiento del movimiento giratorio introducido por los griegos en sus colonias levantinas. Como consecuencia de ello, los celtíberos desarrollaron el torno alfarero, el molino circular y la rueda. También mejoraron la fragua y así el hierro se hizo el metal imprescindible en la vida doméstica y laboral tal y como lo hemos conocido. Y este dominio tecnológico mejoró en general todos los modos de vida, produciendo una agricultura y una ganadería estables con poblaciones bien abastecidas y protegidas, incluso fortificadas, que ejercieron su poder e influencia sobre un territorio que consideraban suyo.
No obstante la arquitectura es aún muy primitiva, representada por casas de adobe o tapial sobre zócalo de piedra y tejado de ramas con apenas dos habitaciones para la vida familiar y la despensa. Conocemos numerosos yacimientos de esta época en La Rioja con mayor o menor extensión y nivel urbanístico, pero son sin duda Libia en Herramélluri y Contrebia Leucade en Aguilar del Río Alhama las ciudades más significativas por su presencia en las fuentes escritas, su cronología, y la abundancia de datos que proporcionan.
Del análisis de estos deducimos la actividad agropecuaria de sus gentes por la existencia de
azadas, arados, hoces y corquetes, y una producción suficiente que permite su almacenamiento entre una cosecha y otra. También criaban ganado para obtener una lana de calidad con la que confeccionaban su ropa y unas cálidas capas que sirvieron de pago de tributos a los conquistadores romanos.
La cerámica adquirió una calidad extraordinaria con finas superficies, a veces decoradas con motivos geométricos pintados en negro. También conocemos cómo se vestían estas gentes por las fíbulas -broches- con las que sujetaban sus vestidos-túnica, las hebillas de cinturón y los adornos de bronce en forma de espirales.
Pero en La Rioja aún conocemos muy poco sus creencias porque carecían de arquitectura religiosa y porque todavía no se han encontrado las áreas funerarias. Sabemos por las fuentes romanas y por la comparación con otros pueblos del mismo tronco étnico que con carácter general practicaban la incineración y daban culto a Lugus como dios supremo, y a las Matres, tríada protectora de la fecundidad de la tierra, de los montes, ríos, y árboles. En La Rioja se han encontrado estelas funerarias en Hormilleja pero reaprovechadas en un cementerio medieval y sólo se ha documentado el culto a Dercetio y Tullonio en dos aras conservadas en San Millán de la Cogolla, es decir a los montes Dercetios y Toloño.